En Reseñas de libros
Califica esta reseña
Gracias

Barcelona, Ediciones B., 2012, 703 p.

 

Esta novela es continuación de En el país de la nube blanca, y se desarrolla también en Nueva Zelanda a fines del siglo XIX. Las dos mujeres protagonistas de la primera novela, Gwyneira y Helen, se casaron, tuvieron hijos y ahora están de abuelas. No tuvieron suerte con sus respectivos maridos, pero ahora son las nietas a las que le salen mal los hombres. Con una diferencia: Kura, la nieta de Gwyn, es una belleza, producto del cruce de razas, pero ella es la que es insoportable, no su marido. Tiene una voz muy bonita y sueña con aprender ópera y cantar en Europa; se sabe preciosa, deslumbrante y seductora. Su marido, William Martyn, que estuvo de novio con Elaine, la nieta de Helen, no entiende el empeño de Kura por no tener hijos que la aten. Cuando tiene a Gloria, la abandona, lo mismo que su padre William y la bebé crece en Kiward Station. Kura se enrola en una compañía operística de mediana calidad que recorre Nueva Zelanda, pero cuando regresan a Inglaterra Kura rompe con William y se empeña en dedicarse a la música rodando por los pueblos para ofrecer canciones y espectáculo. Triste final de su relación.

Elaine por su parte no tiene suerte con su marido, Thomas Sideblossom, hijo de John Blossom, el que intentó violar a Gwyn años atrás. Thomas la maltrata de palabra y en la cama, la encierra sin permitirle que pasee con la yegua que le regalaron. Elaine se va hundiendo en un mundo oscuro del que no sabe cómo salir. Trama escapar de esa cárcel, pero su marido la sorprende y entonces ella, que ha conseguido un revólver escondido, le dispara y aparentemente lo mata. Tiene que huir y desaparecer y se refugia en el oeste de la isla, en Greymouth, territorio de mineros del carbón. Logra sobrevivir tocando el piano en hoteles y cabarets, pero sin permitir que se le acerque ningún hombre.

La habilidad de la autora consiste también en situar la trama en el marco de la cultura maorí. Las costumbres matrimoniales y familiares, la habitación en común, la migración frecuente de las tribus, la música que evoca los espíritus, los haka o cantos ancestrales, interpretados por el putorino o flauta, y bailados con entusiasmo no exento de sensualidad, la koauau, una flauta que se toca soplando por la nariz… todo ello sirve de marco a una acción con tantos protagonistas implicados en amores y desamores, desgracias como el hundimiento de una mina y homicidio “en defensa preventiva”.

La tensión aumenta al final de la novela con un fin agradable. Lark es muy hábil para presentar situaciones muy tensas, persecuciones y peleas hacia un desenlace que no es fácil adivinar. Como en la primera parte de la trilogía, el papel de los animales, sobre todo perros y caballos, es conmovedor. Cleo, la perrita casi humana de Gwyneira, ha sido sustituida por una de sus descendientes, Callie, que juega un papel muy importante, hasta el punto salvarle vida a Elaine.

Estilo directo, muy habilidoso para presentar situaciones inesperadas. Los sentimientos y la manera de ser de las personas se traslucen sobre todo a través de las miradas. Por el brillo de los ojos, por sus destellos, incluso por su color cambiante, el lector puede adivinar cuál será su reacción.

 

Noviembre 2015

Publicaciones recientes

Deja un comentario