Barcelona, Editorial Planeta, 2000, 250 p.
Este personaje, que lleva el nombre del santo valenciano, fue un hombre fuera de serie, extraordinario, que revolucionó los lugares en los que vivió. Nació en Barcelona 1920 y murió en la India en 2009. De adolescente participó en la guerra española del lado republicano en la batalla del Ebro, luego tuvo una conversión tan fuerte que pidió entrar en la Compañía de Jesús. Hizo el noviciado en Veruela y después de ordenado, fue destinado a la India, a donde había pedido ir desde el comienzo de su vida religiosa. Hombre de acción y no de estudio, en la India se dedicó con ímpetu a ayudar a los más pobres y descastados. Fundó hospitales, hizo excavar miles de pozos con toda clase de ayudas, fundó escuelas, ayudó a cuantos le buscaban, sin importar raza, religión o aspecto físico. La gente lo adoraba, tanto, que los enemigos que hizo a pesar suyo por envidia o por celos religiosos, quisieron expulsarlo de la India y la misma presidenta Indira Gandhi lo protegió. En Anantapur (Andhra-Pradesh), la región más pobre donde él trabajó, fundó en 1969 la Rural Development Trust, y luego, en España, la Fundación Vicente Ferrer, que ayuda actualmente a centenares de miles en esa región y en todo el país. De carácter impetuoso, imposible para la vida comunitaria y para seguir la obediencia, se separó de la Compañía con 50 años y se casó con Anne Perry, veintisiete años más joven, una periodista que lo admiraba y con la que tuvo tres hijos.
“En la pobreza extrema he encontrado la máxima riqueza”, es alguna de sus máximas. “La pobreza no está sólo para entenderla, sino también para solucionarla”.
El autor Alberto Oliveras cuenta la conversión de Vicente en sus propias palabras:
“Tendría unos quince años cuando leí un libro maravilloso en su estilo y claridad de argumentos, «La Historia del Bien y del Mal». Demostraba que Dios no existe, todo estaba explicado sin Él. Me cautivó enseguida. Siendo tan joven e inquieto no podía esperar a tomar una decisión sobre un asunto tan crucial y aquel libro daba la solución: «Dios no existe». Así fue como en mi juventud atravesé una etapa personal de oscuridad y de duda que, gracias a Dios, no duró mucho tiempo.
La guerra civil estalló en 1936, y viví muy de cerca el caos político del momento, los movimientos sociales, sus líderes y discursos…En el año 38 me llamaron a las filas republicanas, y me incorporé a la División 27, una unidad diversa constituida para reconstruir otra división marxista cuyo nombre ahora no recuerdo. Una noche en el frente, sentado a orillas del Ebro, recuperé de nuevo la convicción de la existencia de Dios. Esta certeza me acompañaría siempre.
Acabada la guerra, después de considerar con todo detalle qué estudios me serían más útiles para ayudar a los pobres, escogí los estudios de Derecho, soñando defender las vidas de los inocentes y romper las cadenas de los explotados.
Sin embargo, pronto me di cuenta de que para ayudar a los pobres era mejor unirme a un grupo que tuviera los mismos ideales. Entonces encontré la Compañía de Jesús. Me fascinaron las palabras de su fundador, San Ignacio: «Lo que para otros serían actos heroicos, vosotros los consideraréis como ordinarios». Entusiasmado por sus principios espirituales, y en busca de una vida heroica y aventurera, en 1944 abandoné los estudios de Derecho e ingresé en la orden de los jesuitas.”
El padre Arrupe lamentó que se fuera de la Compañía, pero es que Vicente no servía para vivir en comunidad ni para escuchar órdenes que contradijeran lo que él quería con fuerza. Tuvo choques muy fuertes con los provinciales de Bombay. El autor, gran admirador de Vicente, disimula bastante bien los defectos de su carácter y resalta sus admirables virtudes, que le llevaron a logros impresionantes en favor de los humildes. La fundación Vicente Ferrer sigue ayudando a miles de pobres y enrolando a cientos de voluntarios que pasan grandes temporadas en lugares desprovistos de toda comodidad.
En un apéndice por demás interesante Carme Beltrán detalla las condiciones en que viven millones de personas en el campo, especialmente los intocables, y peor aún, la mujer. Para la cultura tradicional de la India ser mujer es la peor desgracia que puede ocurrir a un ser humano, y esta barbaridad todavía está vigente entre las castas. Los discapacitados también son atendidos por la fundación, algo que nunca había sucedido. La educación ha sido tan fuertemente promovida que en 1999 habían fundado 1.210 escuelas en una región donde no había ninguna escuela veinte años atrás, con lo que la tasa de alfabetización de Andhra-Pradesh es muy superior a la del resto del país. Vale la pena conocer el legado que este gran hombre dejó para su tierra de adopción.
Febrero 2016