Barcelona, Acantilado, 2001, 263 p.
¿Es una novela autobiográfica? Eso parece, porque el autor – lo mismo que el protagonista – vivió de adolescente durante año y medio en varios campos de concentración nazis: Auschwitz, Zeitz, Buchenwald. Fue separado de su padre y su madrastra en Budapest y padeció el absurdo de la falta de sentido de lo que eran esos campos, de los que los sufrían y de la gente que los cuidaba. De ahí el título: sin sentido. Los días eran interminables, sin nada que hacer al principio, luego trabajando en muy duras condiciones. La comida muy escasa y mala, las enfermedades frecuentes. Una infección en la rodilla y luego en la cadera lo salvan de los trabajos y lo llevan a una sala para enfermos, donde encuentra a médicos y enfermeros presos, que son los que cuidan a los enfermos. Gracias a ellos va teniendo otro sentido su existencia, hasta que los liberan en abril del 45.
Pero no es esa historia lo interesante, sino cómo György ve lo que le va pasando. Lo examina como desde fuera, lo describe como si fuera otra persona la que sufre las atrocidades. Va haciendo amigos en medio de grandes dificultades, pero se le van yendo. El hambre atroz que pasa, los piojos que se le acumulan y contra los que no puede luchar, las heridas que se le abren infectadas… sobre todo lo que le pasa va él reflexionando como si fuera a otro el que le pasaran esas cosas. Cuando los liberan y regresa a la ciudad, no encuentra a su madrastra, casada después de enviudar, y se enzarza en un diálogo entre sordos con los antiguos vecinos, que no comprenden sus disquisiciones sobre libertad y destino, cuando esperan oír una narración conmovedora sobre sus penalidades. Está otra vez sin destino.
El estilo de Imre es frío, distante, no hay adjetivos ponderativos. Es la visión objetiva de un adolescente que vive su calvario desde arriba, separado de su cuerpo. Refiriéndose a la novela dijo años después: “Lo que yo quería describir es cómo un adolescente, en ese mundo del campo de concentración, podía ser despojado metódicamente de su naciente personalidad. Es el estado en el que uno se encuentra cuando a uno le han quitado hasta la idea misma de su historia personal. Un estado en el que está prohibido confrontarse a sí mismo. Todo el desafío de la novela consiste en inventar un lenguaje que enlaza esas nociones y muestra una existencia encerrada con cerrojo.”
Imre Kertész ganó el Premio Nobel de Literatura en 2002, «por una obra que conserva la frágil experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de la historia». Fue el primer escritor húngaro que lo obtuvo. La obra ha pasado al cine.
Marzo 2016