Barcelona, Editorial Planeta, 39ª ed. 1963 (1ª en 1953), 871 p.
Gironella se hizo muy famoso al escribir esta novela, la primera de una trilogía (Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos y Ha estallado la paz), que fue publicando a partir de 1953. En esta primera cuenta la vida de la familia Alvear, una familia de clase media radicada en Gerona, durante los años de la República española. Apoyándose en ella va explicando los detalles de la vida ciudadana y cómo estaba compuesta la sociedad de aquel entonces. Explica cómo España fue dividida en dos violentos bandos hasta acabar en la guerra civil, que destruyó definitivamente la unión del país.
La familia Alvear es un espejo de las diferencias y divisiones de la sociedad española de entonces. El padre, Matías, de izquierda moderada; la madre, Carmen Elgazu, vasca de Bilbao, ultracatólica; Ignacio, el hijo mayor, muestra curiosidad por todo a medida que va creciendo y seminarista de pequeño; César, dos años menor, muy espiritual, casi místico, de buen corazón, su vida es el seminario; Pilar, la menor, despierta y pizpireta. Ignacio es el personaje central, que parece trasunto del propio Gironella, porque nace el mismo día del mismo mes del mismo año (31/12/1917), es como él seminarista breve tiempo, y es también como él, curioso por todo: movimientos políticos, religiones, filosofías, situaciones personales y sociales. Como respuesta a su inquietud, recibe información cumplida de todo, como se ve especialmente en dos ocasiones: cuando Mosén Alberto recibe sus fuertes críticas al estamento y proceder eclesiástico, responde con un discurso que es anticipo de lo que serán las reformas eclesiales del Vaticano II (pp. 243-5) y cuando Ignacio se interesa por la masonería, recibe una lección completa sobre ella por boca del subdirector del banco donde trabaja (pp. 352-6). Esos intereses intelectuales de Ignacio seguramente responden a los del propio autor.
La situación en Cataluña es muy tensa. Los independentistas se sublevan contra Madrid el 6 de octubre de 1934 y el ejército los reprime: en Barcelona hay muchos muertos. La Generalitat pretendía la independencia, pero las organizaciones obreras iban más allá: la revolución proletaria y social.
También las posiciones políticas son bien presentadas: la falangista (pp. 433-4) y la socialista no comunista (pp. 435-8); la primera se encarna en Mateo, nuevo amigo de Ignacio y la postura socialista es presentada por Ignacio. Tal vez sean estas diatribas políticas las que impidieron por un tiempo superar la censura del régimen franquista para que la obra fuera publicada.
Los anarquistas colocan varias bombas en la ciudad con intención de llamar la atención, ya que van contra todo gobierno aunque sea de izquierdas. La tensión va creciendo por momentos. Los comunistas, dirigidos por Cosme Vila, cometen acciones atroces, incendian el colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y matan a un hermano. Convocan a una huelga general que tiene éxito. Frente a esos hechos cada uno de los protagonistas de la novela reacciona según su postura: los Alvear con temor, Ignacio cada vez más convencido de que debe ponerse en contra de los comunistas, César, rezando para que no triunfe el mal; por su lado los devotos de Rusia y el comunismo, creyendo que el momento ha llegado de convertir España en el bastión del comunismo en Europa.
Se sabe que se está preparando un levantamiento nacional y se especula que será en noviembre. Será llevado a cabo por militares descontentos con la República, pero se sospecha que serán derrotados, porque la mayoría de los militares están con ella. Los comunistas quieren acelerar la toma del poder y adelantarse a los acontecimientos, pero el levantamiento ocurre el 17 de julio en Marruecos. En Gerona los nacionales controlan en un primer momento la ciudad, pero al perder en Barcelona, el comandante Martínez de Soria prefiere rendirse.
El general de la plaza, que había tomado parte por la República, se alegra, pero no puede contener a los dos mil y más anarquistas y comunistas, que capitaneados por Cosme Vila y otros, dirigen sus afanes de destrozo a las iglesias: queman conventos, la iglesia de los jesuitas, destrozan imágenes, profanan custodias y sagrarios, saquean todo lo que encuentran, rompen todo, queman todo en un paroxismo colectivo: “La ciudad entera parecía un campo volcánico del que de pronto pudiera surgir la última llama, la grandiosa y definitiva. Decenas de corazones sentían en su centro, en ese diminuto y exacto centro sólo perceptible en las grandes ocasiones, que la humanidad del hombre había muerto, que en su lugar se había introducido entre los huesos algo inferior, ajeno a él, participante a la vez del estado primitivo y del que tal vez dominara en los últimos instantes del universo, que le convertía en un ente desenfrenado, que buscaba saciar su sed precipitando al abismo el agua de todas las fuentes”.
Y luego los asesinatos de los que se consideraban de derechas. Iban a buscarlos a sus casas en mitad de la noche… y al cementerio o a las afueras, a recibir los disparos y dejar los cadáveres a la intemperie. La descripción de estos hechos deja al lector atónito al ver cuánta maldad puede cobijar el corazón humano. La novela termina con el ajusticiamiento de César, el seminarista, que reza por los que le llevan al cementerio.
Es evidente que los personajes son inventados, pero tan verosímiles, que nada hace pensar que no hubiera gente como la descrita. El gobierno del Frente Popular fue una pesadilla para lo que entonces se llamaban “fuerzas del orden”. Si hubieran logrado implantar su dictadura, no hubiéramos nacido los que vimos la luz después de la guerra y España hubiera pasado por una época de destrucción total de la que no sabemos si se hubiera nunca recuperado. La Unión Soviética y ahora Cuba muestran a dónde llegan gobiernos tan espantosos.
Marzo 2016