Lima, Inkaterra Perú SAC, 2013, 552 p.
“En el año de 1531 fue otro tirano grande [Francisco Pizarro] con cierta gente a los reinos del Perú, donde entrando con el título e intención y con los principios que los otros todos pasados […] creció en crueldades, matanzas y robos, sin fe ni verdad, destruyendo pueblos, apocando, matando las gentes de ellos y siendo causa de tan grandes males que han sucedido en aquellas tierras, que bien somos ciertos que nadie bastará a referirlos ni encarecerlos, hasta que los veamos y conozcamos claros el día del juicio.” Fray Bartolomé de las Casas, Breve relación de la destrucción de las Indias. 1542
No es posible comprender hasta dónde puede llegar el ser humano en crueldad y destrucción, cómo la avaricia y el ansia de poder arrasan con todas las vidas humanas que sean necesarias para lograr sus malvados propósitos. Esto ha sido siempre así y la historia la han escrito los vencedores, disimulando su criminalidad bajo el manto de la fe y el engrandecimiento del imperio (conquista de Indias), la supremacía de la raza aria (Hitler), la ideología de un paraíso futuro (marxismo). Hombres humildes, analfabetos, salidos de los paupérrimos campos extremeños, van huyendo de la justicia (Almagro) o soñando con emular y superar las hazañas de Hernán Cortés (Pizarro). Con unos pocos hombres y con engaños burdos logran apoderarse del inca Atahualpa, emperador del mayor reino conocido en el Nuevo Mundo, que se extiende desde el sur de Colombia hasta el Chile medio por toda la cordillera de los Andes. Pero los incas tampoco son unos benditos: han destruido tribus enteras, las han expulsado o exterminado en esa franja de terreno hasta constituir su imperio en apenas un siglo. Atahualpa ha logrado vencer a su hermanastro Huáscar en la lucha por la jefatura del imperio y lo ha mandado matar, pero es hecho prisionero por Pizarro. Accede a llenar con objetos de oro y plata una gran habitación para verse libre, pero es engañado y lo matan cruelmente.
Felipe Huamán Poma de Ayala, ilustre mestizo y cronista que conoce ambas culturas, escribe una carta al rey hacia 1616 expresando la brutalidad de la conquista:
“Debería hacerse que los españoles en Perú contuviesen su arrogancia y su brutalidad para con los indios. ¡Imagínese que nuestra gente llegara a España y empezase a confiscar la propiedad, a acostarse con las mujeres y las niñas, a castigar físicamente a los hombres y a tratar a todos cual cerdos! ¿Qué harían los españoles entonces? O si, aun tratando de soportarlo con resignación, quedaran expuestos a ser detenidos, atados a un pilar y azotados. Y si se rebelaran e intentaran matar a sus perseguidores, bien podrían acabar en la horca”.
Estos testimonios revelan una conquista a sangre y fuego, muy distinta de la que se estudia en la historia oficial. Los Pizarro fueron cuatro hermanos: Francisco, el mayor y más conocido, que logra ser nombrado gobernador por Carlos V; Juan, Hernando y Gonzalo, sus hermanastros, a cuál más cruel. Todos mueren de muerte violenta, porque se enzarzan contra el adelantado Diego de Almagro, tan bárbaro como ellos, envidioso de que el emperador no lo trata igual. Almagro es asesinado por Pizarro y éste por los partidarios de su asesinado jefe. Los incas, refugiados en la selva, se alegran de esta guerra entre los viracochas, a quienes primero habían creído hijos de dioses.
Los dos últimos capítulos narran cómo fueron descubiertas las ruinas incas de Machu Picchu y Vilcabamaba en el siglo XX. Hiram Bingham descubrió las primeras en 1911 y propagó por el mundo a través de sus libros las maravillas de la civilización inca. Pero él creía que había descubierto Vilcabamba, donde murieron los últimos emperadores incas. Fue otro explorador, Gene Savoy, el que las descubrió 46 años después. Este Savoy fue un personaje extraño y curioso, que quiso ser sacerdote católico y luego fundó una religión, después de que murió su pequeño de tres años en Ranrahirca como consecuencia de un alud del Huascarán.
Este libro de MacQuarrie recoge las crónicas que se han conservado, tanto del lado indígena como del lado español y también aprovecha el esfuerzo de Bingham y de Savoy, pero él mismo ha pasado en esa zona cinco años, visitando con mayor comodidad que sus antecesores las ruinas incas. Hay un tercer explorador norteamericano, Vincent Lee, que viaja con su esposa Nancy en 1983 a Vilcabamba y, como es arquitecto, toma fotografías y hace croquis que luego casi publicó a su nombre el iluminado Savoy; pero Lee descubrió la trampa y se le adelantó en la publicación de una obra que era exclusivamente suya.
Como dice el autor al final del epílogo, “Desde la muerte de Manco Inca (el último emperador inca), la historia peruana ha sido bastante difícil. A pesar de ser una monarquía autoritaria, en el breve tiempo que duró su reinado los incas crearon un imperio inmenso pero, lo que es más importante, lograron garantizar toda necesidad básica para los millones de habitantes de sus territorios, a saber, una alimentación adecuada, agua y refugio. El suyo fue un logra que no ha conseguido repetir ningún gobierno desde entonces, ya fuera español o peruano”.
Abril 2016