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México, Editorial Planeta Mexicana, 2006, 401 p.

¿Fue realmente Inocencio III tal como lo pinta el autor? Lo describe como un hombre de una ambición sin límites, de una religiosidad aparente, de una fe más centrada en sí mismo que en Dios. Su ambición le lleva a concertar alianzas, a excomulgar a diestro y siniestro a quien no se sujeta a sus planes, a enviar cuantas cartas y legados le permite su febril activismo.

De nombre Lotario de Segni, tiene una madre ambiciosa, que va repartiendo dinero entre los cardenales en previsión del ascenso de su hijo. Estudia con los mejores maestros de su época y destaca por su inteligencia muy aguda. De joven se enamoró de Bruna, una mujer que lo conquistó por completo a pesar de pertenecer a la herejía valdense. Más adelante se enamoró de Ortolana d’Offreduccio, ya casada, madre que fue de Clara, la confidente de Francisco de Asís. Su tío fue el papa anterior, Celestino III, perteneciente la familia Boboni-Orsini, y un sobrino suyo, Ugolino, será el papa Gregorio IX. Todo queda en familia: los cardenales los nombraba el papa por conveniencia familiar o política y ya se sabía casi siempre entre cuáles familias estaría el siguiente papa, si entre los Colonna, los Segni, los Orsini, los Boboni y pocas más.

Siendo papa Inocencio enfrentó a los valdenses, que criticaban la ostentación de las autoridades eclesiásticas, a los cátaros o puros, a los que envió a Domingo de Guzmán para que los convirtiera. Persiguió a los judíos a los que obligó a ponerse un distintivo. Convocó una cruzada que fue un fracaso. Se enfrentó a Bizancio con el fin de reunificar la Iglesia, envió legados por todas partes, sopesó alianzas, simuló amistades… un político de alto coturno. De vez en cuando tenía sueños en los que se le aparecía Ángelo, un joven que había trabado gran amistad con él y que murió atacado por un lobo. Inocencio hace caso a sus avisos, que le critican lo que hace y le llevan al cambio radical al final de su pontificado.

Tanto Domingo de Guzmán como Francisco de Asís aparecen descritos con trazos risibles en sus entrevistas con el Papa y en el desarrollo de sus correrías apostólicas. ¿Significa esto que el autor es descreído, y se puede extender su postura religiosa a la pintura que hace de Inocencio? No lo sé, no tengo argumentos para sustentarlo, a no ser que él pinta al Papa como muy dudoso de la existencia de Dios y de la otra vida.

Inocencio convoca el IV Concilio de Letrán en 1215, que duró un año. Se impone la confesión como sacramento (según el autor), así como la indisolubilidad del matrimonio. Recibe al finalizar las sesiones al poverello, que no quiere alzar la vista. Cuando lo hace, obligado por el papa, éste da un brinco: tiene la cara de Ángelo, sus pestañas, su rostro… Cumple así lo que algún día le dijo: ahí estaré siempre para denunciar tus errores y tus abusos.

Un párrafo expresa bien la condena que hace de sí mismo Inocencio: Se ha equivocado “en ordenar que ardan las hogueras en Europa y en perseguir a judíos y musulmanes; en imponer castigos a quienes no piensan como nosotros y en pretender dominar el corazón de los cristianos.” Al menos en estos párrafos finales el autor no deja tan mal a Inocencio. “Digamos que el propósito de la Iglesia es defender La Verdad, pero que nos hemos equivocado al determinar qué es La Verdad. Quizá La Verdad es que existen muchas verdades y que el papel de la Iglesia no es imponer la suya sino crear las condiciones para que todas las verdades prosperen. Eso lo supe cuando era joven y luego lo olvidé”. Tremendo cambio que ha dado Inocencio, que desconcierta a los que lo rodean. Tal vez por eso muere envenenado por uno de ellos, según dice el autor.

La historia de los Papas de la Alta Edad Media y del Renacimiento muestra a dignatarios que fueron más políticos que eclesiásticos, que actuaron más como príncipes que como religiosos. Son muchas las historias que no los dejan bien y ésta es una de ellas, aunque sea exagerada. Inocencio fue en efecto un papa poderoso, pero nada edificante, como muchos de los que le antecedieron o le siguieron. Hace ya más de un siglo que la Iglesia ha conocido papas según hubiera querido Jesucristo, desde León XIII hasta nuestros días. Nos hacen falta papas así, este mundo los necesita, líderes espirituales, hombres con la autoridad moral que les da su ejemplo y su palabra.

Agosto 2016

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