Barcelona, Acantilado, 13ª reimpr. 2009 (2002), 306 p.
Con su estilo preciso, que ubica con perfección tiempos y espacios, Stefan Zweig nos regala una serie de acontecimientos históricos, que él considera determinantes en la historia de la humanidad, apreciación algo exagerada, por cierto. Pero no importa, son personajes importantes, que pasaron por trances muy difíciles y con consecuencias importantes para su época y su país. Algunos son muy famosos, otros no tanto.
Stefan Zweig, austríaco de origen judío, se radicó en Suiza; luego sufrió la persecución nazi y se refugió en los Estados Unidos, pero murió en Brasil suicidándose con su esposa en 1942 a los 60 años de edad. Este libro contiene historias reales adornadas con libertad creativa. Fue publicado en 1927 en su versión original.
Comienza con Cicerón, asesinado por Antonio, quien junto con Octavio y Lépido, quieren apoderarse del mando y borrar la república que Cicerón había defendido a capa y espada. Las obras en que Cicerón recoge toda su vida, sobre todo De senectute, merecen grandes elogios del autor.
“La conquista de Bizancio” por los turcos el 29 de mayo de 1453 acaba con el imperio romano de oriente. Mehmet, un joven sultán apasionado por la gloria, no teme acabar con quien amenace su poder, aunque sea su hermano menor. Las vicisitudes de la conquista de la ciudad más importante del mundo cristiano pasan por todos los registros: valor de ambos ejércitos, simulaciones y engaños, crueldad máxima. Esta conquista sí cambió el mundo de entonces.
El retrato de Georg Friedrich Händel merece un elogio especial. Cuerpo enorme, alma transportada por su inspiración musical a regiones elevadísimas, es capaz de componer El Mesías en tres semanas de arrebato, sin comer, beber ni dormir. Cuando regresa al mundo duerme 17 horas seguidas y traga como un elefante hambriento.
Pintura semejante es la de Goethe, que se enamora a los 74 años de una joven de 19 y se resigna al fin a renunciar a ella, pero le compone un poema grandioso, el más inspirado – según Zweig – de la literatura alemana, la Elegía de Marienbad.
Se ve que a Zweig le agradan los hombres que no se arredran ante nada, que surgen de sus propias cenizas. Es el caso de Vasco Núñez de Balboa, el descubridor del Pacífico, que se embarca hacia América huyendo de la justicia, desbanca a la autoridad nombrada por el rey, se lanza a una aventura loca en pos de la fama… y la consigue, pero la justicia lo va persiguiendo, Pizarro lo toma preso y el gobernador Pedrarias lo condena a muerte.
El minuto universal de Waterloo, el 18 de junio de 1815, en el que Napoleón sale derrotado por Wellington, pudo haber sido muy distinto, si Napoleón hubiera recibido refuerzos en aquella batalla tan equilibrada. Zweig va conduciendo la acción con tal maestría que el lector se olvida del resultado final y piensa que todo está por decidirse…
J.A.Suter, otro héroe atrevido, ambicioso sin límites, que resurge una y otra vez de sus fracasos, que se hace el hombre más rico del mundo en California por el descubrimiento del oro en sus tierras y pasa de inmediato a la pobreza más absoluta al ser invadido su territorio por miles de buscadores que destrozan todas las plantaciones y edificaciones. La fiebre del oro, como se llamó a esa invasión sin freno ni medida.
Al finalizar la primera guerra mundial, Woodrow Wilson, presidente de los Estados, se traslada a Europa para ser garante de la paz. Él quiere un acuerdo definitivo, que proscriba las armas, que instale un entendimiento definitivo entre los pueblos, pero Europa arde, los nacionalismos están desatados, los militares buscan el rearme. Zweig los describe así: “Un covenant que pretende arrebatarles el único medio que tienen para imponer su autoridad, los ejércitos, puesto que exige abolir el servicio activo y cualquier otra forma de servicio militar obligatorio, pone su existencia en peligro. Por eso, ese disparate de la paz eterna, que haría que su profesión no tuviera ningún sentido, ha de ser eliminado sin falta o desviado a una vía muerta”. Wilson fracasa y oscuras nubes van adensándose en el horizonte europeo.
La conquista del polo sur por el noruego Amundsen en enero de 1912 se adelantó por pocos días a la del británico Robert F. Scott. Fue un golpe tremendo, que contribuyó a la muerte de los cinco expedicionarios en su regreso a la base. No fue sólo la temperatura congeladora de 42 grados bajo cero, sino también la congelación de tantas ilusiones alimentadas durante años de preparación. El diario que escribe Scott en sus últimos días es de gran amor por su esposa y por toda la humanidad. Hazaña de sentido humano, no de conquista de la fama.
Estos son algunos de los relatos escritos por este hombre famoso, que atrapan sin remedio. Lástima que él mismo pusiera fin a sus días, sin mayor motivo aparente que el negarse a ingresar en la vejez.
Agosto 2016