Uno de los aciertos de este libro – que son muchos – es que presenta a muchas figuras relevantes del quehacer venezolano que no fueron educadores en el sentido más común de este término, es decir, que no se dedicaron a dar clases. Educadores por tanto en un sentido amplio, lo cual significa que enseñaron a vivir a los demás en algún ámbito en el que fueron exitosos: artístico, económico, político, ideológico, religioso. El libro presenta educadores con amplitud de pensamiento, que nacieron en Venezuela o que desarrollaron buena parte de su trabajo aquí.
Comienza hablando de los jesuitas José Gumilla y Felipe Salvador Gilij como grandes educadores del tiempo de la colonia. Su asombro ante las culturas indígenas y ante la naturaleza, su pasión por explicarse lo nuevo para ellos y desconocido en el mundo de donde procedían, los convirtió en insignes botánicos, lingüistas, etnólogos e historiadores. Esa es una primera cualidad que debe tener todo educador, el asombro y la curiosidad por lo desconocido.
El libro presenta otros educadores religiosos de tiempos más recientes, que también tuvieron esa mentalidad de curiosidad y asombro; por ejemplo, el Hermano Nectario María, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que desarrolló una gran actividad investigadora en el campo de las ciencias naturales, especialmente en la geografía y la paleontología. Es también conocido por ser el promotor más constante de la devoción a la Virgen de Coromoto hasta lograr que el Papa Pío XII la hiciera Patrona de Venezuela. Y también el salesiano Padre Isaías Ojeda, que trabajó sobre todo en el Colegio San José de Los Teques.
Otro Hermano de La Salle de gran aporte educativo fue el Hermano Ginés, creador de la Fundación La Salle de Ciencias Naturales, que ha hecho notables investigaciones sobre la geografía, la fauna y la flora venezolanas.
Uno de los rasgos originales y de mayor trascendencia en el trabajo de los religiosos en Venezuela ha sido el de la formación de una conciencia de responsabilidad cívica en los alumnos. Es lo que se ha conocido como formación sociopolítica. Fue el P. Manuel Aguirre, fundador de la revista SIC y del Centro Gumilla, el que desarrolló cursillos para conocer la realidad del país y la doctrina social de la Iglesia. En esa línea el Hermano lasallista Gaudencio fundó la asociación juvenil Vanguardia en el Colegio La Salle de Barquisimeto, donde dio clases a Luis Herrera Campins y al destacado educador Áureo Yépez Castillo.
También el P. Pedro Pablo Barnola, más conocido por su labor como lingüista y especialista en Andrés Bello, jugó un papel importante como rector de la recién fundada UCAB en la caída de la dictadura perezjimenista.
Una mención especial merecen los religiosos emprendedores de alto coturno. Me refiero al P. José María Vélaz, fundador de Fe y Alegría, el movimiento educativo más importante del mundo latinoamericano, ahora ya extendido al África. Él se calificaba a sí mismo como “utópico de la justicia educativa”. Como lo califica muy bien Leonardo Carvajal, “fue audaz con mayúscula, emprendedor, visionario, heroico y, también, empecinado, obsesivo, polémicamente personalista y muy controversial, inclusive, o tal vez sobre todo, en relación con los miembros de la Compañía de Jesús” (p. 394). Vélaz es el educador que más ha hecho por los pobres de este país.
Otro quijote de la educación, esta vez de la educación indígena, fue el Hermano jesuita José María Korta. Trabajó muchos años en el Instituto Técnico Jesús Obrero y luego sintió que los más abandonados eran los indígenas. A ellos dedicó el resto de su vida, recorriendo las etnias, respetando su cultura, animándolos a formarse para el mundo de hoy. “Fue una figura misional de notables proporciones por su encarnación con la cultura indígena, la ambición de sus metas, la creatividad de los recursos, la agudeza de las motivaciones y el heroísmo de su entrega personal” (Roberto Martialay, SIC, nº 758).
En la política de fronteras fue un experto el P. Hermann González y en la defensa de los derechos humanos el P. Luis María Olaso. El P. Manuel Pernaut aportó mucho en la teoría económica. El Centro de Reflexión y Planificación Educativa, CERPE, fue fundado por el P. Pablo Sada y el P. Jenaro Aguirre fundó La Asociación para el Fomento de la Educación Popular, APROFEP. Un gran conjunto de emprendedores, gerentes e investigadores. Entre ellos destaca el Hno. Ángel Díaz de Cerio, autor de libros de primeras nociones, con los que han aprendido leer miles de venezolanos.
El libro presenta también a varias religiosas salesianas que dieron su vida por formar a hombres y mujeres cristianos de verdad. Ellas son Sor Trinidad Lucía Reyna, sor Ana Emilia Moreno y sor Bárbara Malak.
Hablando de la educación formal, de clases y atención a los alumnos, destacan las figuras de los Hermanos Jesuitas Pepe Marquiegui y de Samuel Petit. Dedicaron sus vidas a la educación formal en aulas de clase. Cuatro fines se pretendía ante todo con esta educación formal:
— La formación religiosa, educación en la fe y en las prácticas religiosas, tal como entonces se entendían, centradas en el cumplimiento de los mandamientos y en la asistencia a los actos religiosos.
— La formación moral: las buenas costumbres, la castidad – insistencia constante de aquellos tiempos –, la obediencia a los mayores y el respeto a las normas.
— La importancia de la adquisición de conocimientos en las materias de enseñanza. Importancia de la memoria y de la repetición, pero no mecánica, sino que incluye la capacidad de comprender y relacionar. Conocer es abrirse a la realidad, dar sentido a la vida, capacitarse para ser productivo y ayudar.
Dos medios, en apariencia contradictorios, eran usados por aquellos maestros:
— Primero, una rígida disciplina: orden, filas, silencio en las clases, posturas. Como diría Carlos Rangel Lamus, ilustre director del liceo Simón Bolívar, de San Cristóbal: “Esta rígida disciplina tiene por finalidad hacer que los alumnos modelen el carácter a fin de que sean respetuosos sin sumisión, altivos sin altanería, francos sin insolencia, y para que refrenen sus impulsos desordenados no por temor al castigo, sino por horror a su falta”. (p. 204)
— Pero esta formación cuasimilitar era equilibrada por una atención personalizada: buscaban el conocimiento de cada alumno, se les hacía seguimiento cercano, se les daba consejo, se hacían amigos de muchos – a pesar de la enorme distancia de aquellos tiempos entre el adulto y el adolescente – y se buscaba una relación cercana y coeducadora con los padres de los alumnos.
El resultado de esa educación fue la formación de hombres y mujeres con buenos valores humanos, formación de personas responsables, con aprecio por lo religioso, gente de fiar, futuros padres y madres cercanos a sus hijos.
Ahora la situación es distinta. Hay un predominio de la imagen, exceso de estímulos sensoriales, importancia del mundo virtual, que se sobrepone al mundo real. Esto lleva a planteamientos educativos nuevos: más que insistir en los contenidos, se debe enseñar la actitud crítica, discriminativa de todo lo que se ofrece en los medios de comunicación. Más allá del valor utilitario de los contenidos y habilidades, hay que valorar el conocimiento en sí mismo, que abre al mundo de los valores. Valores y conocimientos muy importantes hoy día y de los que no se tenía tanta conciencia anteriormente son la ecología, la lucha contra la contaminación, el anticonsumismo, el diálogo y la capacidad de escucha.
Esperamos, pues, que este libro anime a muchos a considerar la educación como la tarea más importante que pueden emprender en su vida hombres y mujeres que han recibido de su familia grandes valores humanos. En esta hora menguada del país esa debe ser una contribución importante a largo plazo. Sin hombres y mujeres bien formados en valores las sociedades se hunden. Esperemos que no sea así en Venezuela.
Zaragoza, Septiembre 2016