Caracas, Oscar Todtmann Editores, 2016, 184 p.
Unos asesores políticos españoles han sido contratados por Chávez para aconsejarle sobre cómo afianzar la revolución. Uno de ellos, Requena de supuesto apellido, es entrevistado en la novela para que muestre cómo se ha sentido en ese papel y si él verdaderamente creyó que Chávez cambiaría la historia. El cinismo del entrevistado no tiene límites: nunca creyó en la revolución chavista, pero le pagaban bien y eso era lo que le importaba. Las revoluciones populistas han conducido a los pueblos que creyeron en ellas a la destrucción más absoluta: nada funciona, todo se destruye, sólo los caudillos y sus adláteres se enriquecen. Requena es un profesor universitario que vivió de dar clases sobre marxismo sin creer en él. Describe así a Chávez, después de asesorarle unos años: “Chávez estaba podrido en dinero, pero, además, tenía cualidades personales que lo hacían ideal como cliente. Era de origen humilde, carismático y un gran comunicador. Era, además, de una ambición personal sin límites. Tenía un sentido de la gloria, la epopeya y la épica, propio del siglo XIX. Por eso su obsesión con Bolívar. Era un líder con una misión personal, cuasi religiosa e irrenunciable, sólo alcanzable por intermedio de sí mismo. De allí la necesidad del culto a la personalidad, un culto cuyo contenido él mismo se creía. Cuando tienes de cliente a un líder así de iluminado, tienes una materia prima estupenda si tu trabajo consiste en mantener a ese líder mandando.
Pero quizás su mayor fuerza como político derivaba de una temeridad desbocada. Era osado hasta la irresponsabilidad más extrema. Y su ignorancia era la mejor alidada de esa temeridad. Eso le permitía ser un iconoclasta, transitar caminos nuevos, descartas las advertencias y los llamados del pensamiento convencional. En definitiva, le permitía patear el tablero cada vez que le daba la gana.” (pp. 85-6)
La novela tiene una segunda trama, que consiste en la narración de lo que Méndez, el autor-entrevistador y Requena, el entrevistado, vivieron de adolescentes como alumnos en un colegio de Caracas. Estudiaba con ellos un pobre muchacho, Oreja, víctima del bullying cruel de un guapetón que le hace de todo. Detrás del matón estaba Requena como cerebro de los abusos. Oreja era pésimo en las materias científicas y extraordinario como escritor, y esa condición le acerca a Méndez y le convierte en su único amigo. Ambos se encuentran en ocasiones distanciadas en el tiempo, hasta que Oreja sucumbe a la droga y termina suicidándose. “La otra cara” hace alusión también al origen de Oreja, que no era hijo de su padre legal sino de la unión de su madre con un primo de su marido, como se sabe al final del relato.
La entrevista termina en el tono en que se desarrolló toda ella: en la conciencia del desastre que para Venezuela suponen gobiernos como los de Chávez y Maduro, y en la desvinculación del asesor de los resultados de tales gobiernos. Una conducta al margen total de la ética y de la moral, que es la que caracteriza a estos personajes políticos que sólo pretenden atornillarse en el poder a costa de las miles de víctimas que causan. No les importa.
La portada – Crispin y Scapin, de Honoré Daumier, pintor francés del siglo XIX – expresa bien el trasfondo repelente y cínico de la novela, tanto en la vida colegial de los protagonistas, como en el trabajo posterior de Requena como asesor.
Diciembre 2016