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Barcelona, Espasa Libros S.L.U., 2016, 516 p.

El libro negro del Vaticano narra grandes asuntos de la política de la Santa Sede analizados por la Agencia Central de Inteligencia (la CIA), de Estados Unidos. El autor ha tenido en sus manos más de 300 documentos secretos de la Agencia en los que aparece la implicación del Vaticano en asuntos políticos y diplomáticos de 28 países durante los pontificados de Pío XII, Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y el comienzo de Francisco.

A Frattini no le cae bien Pío XII. Lo ve como un Papa cercano al nazismo, que ayudó a escapar a muchos líderes nazis después de la guerra por la llamada “Ruta de las Ratas”, por donde llegaron a Uruguay, Bolivia, Brasil y Argentina. Pío XII era anticomunista furibundo y por eso mismo con buenas relaciones con el gobierno español de Franco. Con Israel no pudo entenderse y en Argentina la Iglesia tuvo muchas dificultades en el período más fuerte de la dictadura peronista.

Juan XXIII fue mucho más cercano al entendimiento con los países del Telón de Acero y por ello mal visto por los cardenales conservadores como Siri en la curia vaticana. Apoyó en sus inicios a la revolución cubana, pero luego condenó la deriva comunista de Fidel Castro. Una polémica que ha continuado hasta el día de hoy sería la supuesta excomunión latae sententiae de Fidel Castro por orden del Papa, algo que el autor se inclina a decir que no sucedió.

Rafael Leónidas Trujillo fue el dictador en la República Dominicana entre 1930 y 1961, año en que fue asesinado. Firmó un concordato con Pío XII en 1954, pero la luna de miel con el dictador cambió cuando llegó Juan XXIII. Los obispos dominicanos protestaron por la conculcación continuada de los derechos humanos por parte del gobierno y eso ocasionó una época de gran tensión hasta la muerte del dictador.

El Pontificado de Paulo VI coincidió con varias de las dictaduras militares latino-americanas: Chile después de Allende, Videla en Argentina, Alencar en Brasil instauraron una época de persecución, torturas y muerte a los disidentes, que dividió a las jerarquías de esos países y que no fueron condenadas por el papa, dice el autor. Una escena particularmente repelente es la que cuentan los documentos de CIA con la detención en Argentina de dos monjas francesas que llevaban años trabajando en las villas miseria. Junto con varios laicos fueron detenidas, violadas, torturas y arrojadas desde un avión al mar. Años después aparecieron sus restos empujados a la orilla por la marea. El Vaticano guardó silencio ante las protestas de las autoridades francesas.

Una relación de desconfianza y malentendidos durante décadas caracterizó la relación de la China comunista con el Vaticano. El régimen comunista de Mao Ze Dong mató, encarceló y expulsó a miles de misioneros católicos y trató de crear una Iglesia católica nacionalista que subsiste hasta ahora.

La relación entre el Vaticano del papa Paulo VI y la católica España bajo el régimen de Franco no fue siempre un camino de rosas. En Zamora había lo que se llamaba la “cárcel concordataria”, donde quedaban recluidos los curas contestarios del régimen, sobre todo los nacionalistas vascos. También hubo división entre los obispos. Aunque la mayoría estaba con el régimen, algunos no. El obispo de Bilbao Antonio Añoveros fue el que más claro desacuerdo mostró con el gobierno de Franco, quien lo quiso desterrar, sin éxito.

Y en eso… llegó Wojtyla. Juan Pablo II fue el papa que más años ha regido la Iglesia, después de Pío IX: 26 años y 4 meses. Frattini hace un recuento interesante de lo movido que fue su pontificado: “102 viajes; 129 naciones visitadas; 697 ciudades visitadas; 1.200.000 kilómetros recorridos; 578 días de viaje; 143 viajes realizados dentro del recorrido de la República Italiana; 703 entrevistas con jefes de Estado y de gobierno; 226 primeros ministros recibidos en audiencia; 1.060 audiencias públicas celebradas en el Vaticano; 14 encíclicas publicadas; 14 exhortaciones apostólicas; 42 cartas apostólicas; 11 constituciones apostólicas; 1.318 beatos proclamados; 49 ceremonias de canonización; 476 santos; 8 consistorios convocados para el nombramiento de 201 nuevos cardenales; 321 obispos ordenados; 2.125 sacerdotes ordenados; 6 reuniones plenarias del Colegio Cardenalicio; 6 Sínodos de Obispos ordinarios; 1 Sínodo de Obispos extraordinario; y Asambleas especiales de Obispos; 1 Sínodo de Obispos particular”.

Con el Arzobispo de San Salvador asesinado, Oscar Arnulfo Romero, no tuvo buenas relaciones. No hizo caso de sus reclamaciones por la tiranía explotadora y criminal de los militares salvadoreños, persuadido como estaba, de que el Arzobispo favorecía la llegada del comunismo con sus prédicas y actuaciones. Veía en la Teología de la Liberación un peligro inminente y por eso la condenó sin ambages. El atentado contra su vida por Mehmet Ali Agca en mayo de 1971 nunca se aclaró de dónde provino, si de la KGB o de los fundamentalistas musulmanes de Irán. Lo que sí es cierto es que apoyó fuertemente a Lech Walesa y el sindicato Solidaridad y gracias a este apoyo los polacos obtuvieron la independencia de Moscú y en definitiva el derrumbe de la Unión Soviética.

Con la dictadura de Pinochet en Chile fue bastante indulgente. Con el Cardenal Raúl Silva Henríquez, Arzobispo de Santiago, sus diferencias fueron evidentes, porque el cardenal denunció una y otra vez el atropello a los derechos humanos del régimen pinochetista y el papa no le hizo caso, porque prefería eso a un régimen como el de Allende. La CIA destacaba que la elección de un papa eslavo y los levantamientos de Polonia en 1981 estaban estimulando la actividad religiosa en la Unión Soviética, algo que fue aumentando merced a la política de Perestroika y Glasnost de Mijaíl Gorbachov. El viernes 1 de diciembre de 1989, pocos días después de la caída del Muro de Berlín, se celebró un encuentro histórico en el Vaticano entre Gorbachov y Juan Pablo II. Frattini transcribe íntegra la conversación entre Gorbachov y Juan Pablo II. Hay pasajes en los que habla Gorbachov como si él fuera un líder religioso, como si los dijera el Papa; por ejemplo: “Estamos experimentando cambios importantes en la esfera espiritual. Queremos lograr nuestros objetivos por medios democráticos. Sin embargo, teniendo en cuenta los acontecimientos de los últimos años, veo que las medidas democráticas por sí solas no son suficientes. También necesitamos la ética. La democracia puede traer el mal así como el bien. Es muy importante para nosotros establecer una sociedad moral con tales verdades humanas universales como la bondad, la caridad y la ayuda mutua.” (p. 358)

El asesinato de los 6 jesuitas en El Salvador, de la empleada y de su hija de 15 años, el 16 de noviembre de 1989, despertó una ola de indignación en todo el mundo. Fue ordenado por el director de la Escuela Militar, coronel Guillermo Benavides, consentido por el presidente Alfredo Cristiani y con el conocimiento de la CIA. Los propios analistas de la CIA reconocieron que el asesinato de los jesuitas de la UCA entraba dentro de un plan secreto establecido por el gobierno de Cristiani para acabar con aquellos miembros de la Iglesia, sindicatos, partidos políticos contrarios al gobierno y organismos de derechos humanos. Y concluye ásperamente el autor del libro sobre estos sucesos: “Ni los secretarios de Estado Agostino Casaroli y Angelo Sodano ni los diferentes Nuncios en El Salvador, ni ninguna otra autoridad católica salvadoreña como los Arzobispos Arturo Rivera Damas y Fernando Sáenz pronunciaron jamás una sola palabra de protesta contra los asesinatos, y mucho menos el papa Juan Pablo II durante su visita al país centroamericano en febrero de 1996… aunque hizo un recorrido por todos aquellos que ‘descansan esperando la resurrección’, como monseñor Luis Chávez, monseñor Oscar Arnulfo Romero o monseñor Arturo Rivera Damas, pero ni una palabra sobre los seis religiosos jesuitas asesinados siete años antes.” (pp. 368-9)

La elección de Joseph Ratzinger como papa no fue una sorpresa. Los cardenales electores buscaban continuidad, pero Benedicto XVI no fue un papa mediático y un líder mundial como Juan Pablo II. Su preocupación se centró en la descristianización de Europa y él era consciente por su edad de ser un papa de transición. Su discurso en Ratisbona un año después, en el que citó a un emperador bizantino del siglo XIV, causó mucho malestar en el mundo musulmán. En el discurso se hizo eco de la crítica a Mahoma por pretender difundir con la espada la fe islámica. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma, dijo, pero esta razón no fue escuchada. El ayatolá Jomeini y Al Qaeda reaccionaron con violentas declaraciones de guerra a Occidente y contra la Santa Sede: la yihad o guerra santa contra los devotos de la cruz hasta que el islam se apodere del mundo.

En otro ambiente conflictivo, la visión de los últimos tres papas respecto a la Cosa Nostra italiana, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, ha sido totalmente diferente, según los informes de la Agencia Central de Inteligencia. Juan Pablo fue tibio al principio y combativo después; Benedicto XVI, muy tímido en sus ataques y Francisco, absolutamente crítico y combativo.

Ya en tiempos del papa Francisco, el autor recoge los conocidos problemas que Jorge Mario Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires, tuvo con el presidente Kirchner y luego con su esposa Cristina. Y hace la denuncia de que recibió una llamada de un asesor de prensa de la Casa Rosada con el fin de recomendarle continuar esparciendo los rumores sobre el papel desempeñado por Jorge Mario Bergoglio durante los años de la guerra sucia en Argentina.

En el último capítulo describe el espionaje tecnológico que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) desarrolló durante años en numerosos países, incluido el Vaticano. Edward Snowden, un analista de 30 años, lo reveló y causó una crisis internacional para vergüenza de la administración Obama y fuertes fricciones con la Unión Europea y otros países.

En resumidas cuentas, y en comparación con el otro libro de Frattini, La Santa Alianza. Cinco siglos de espionaje vaticano, éste me parece más equilibrado y menos tendencioso. El autor se apoya en más de 300 documentos de la CIA, que también intentan ser equilibrados al describir las situaciones políticas en las que está implicada la Santa Sede. Sus juicios sobre el Vaticano no son demoledores como los del otro libro.

En fin, un horizonte religioso y político que no suelen estar unidos y que desconocemos la mayoría de los lectores. La portada negra expresa simbólicamente lo que el autor intenta comunicar al lector: que las relaciones entre la sede vaticana y el espionaje norte-americano son turbias, pero no solamente por parte de los gringos…

Abril 2017

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