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FOUCHÉ. Retrato de un hombre político

Stefan Zweig

Barcelona, Random House Mondadori, 2003, 232 p.

“Joseph Fouché (1759-1820) fue uno de los personajes más controvertidos de la Revolución Francesa. Votó a favor de la muerte de Luis XVI y María Antonieta y fue responsable de sangrientas represalias. En julio de 1799 pasó a a ser ministro de la Policía del Directorio y se convirtió en cómplice activo del 18 Brumario. Napoleón lo mantuvo en su puesto de ministro de la Policía. Tras la segunda abdicación de Napoleón trabajó a fin de conseguir el retorno de Luis XVIII, quien lo mantuvo en las funciones de ministro.

Con una magistral capacidad de análisis y su habitual y deslumbrante talento para recrear atmósferas y espacios del pasado, Zweig traza el retrato psicológico de este traidor de nacimiento, eterno intrigante y dueño de una escurridiza naturaleza. Su biografía es el apasionante relato de una época que va de la Revolución Francesa hasta la decadencia y postrimerías del imperio napoleónico”. (Contraportada)

Fouché no es conocido por los que estudian la historia de la Revolución Francesa. Los que aparecen usualmente son Luis XVI, María Antonieta, Robespierre, Danton, Murat, Napoleón, Wellington… Fouché es un perfecto desconocido y Stefan Zweig tiene la habilidad de sacarlo de las sombras y demostrar que fue el hombre más influyente de ese período de la historia europea. Los políticos más reconocidos actúan al revés de lo que actuó Fouché: desean aparecer, ser admirados, mandar abiertamente, eliminar si pueden al adversario. El mejor ejemplo reciente en Venezuela fue Chávez, que insultó, descalificó a los que veía como opositores, que hablaba horas seguidas por televisión, que insultaba, que daba órdenes por encima de leyes y constituciones, que eliminaba a los que podían hacerle sombra. La autoidolatría exige ser adorada por los demás, no tolera famosos a su lado a no ser que le adoren. Fouché es un ejemplar extraño de persona influyente desde la trastienda, siempre en segundo plano.

Fouché fue un hombre inmoral, que no se atuvo ni a leyes externas ni a la propia conciencia del bien y del mal. Cambió de bando cuando vio que las cosas no iban bien en el suyo. Asesinó a centenares, arrasó iglesias (habiendo sido él seminarista en su juventud), proclamó la revolución contra los ricos y luego llegó a ser una de las mayores fortunas de su tiempo. En lo único en lo que pareció ser un hombre decente fue en el matrimonio: no tuvo amantes y sintió profundamente la muerte de su esposa y de dos de sus pequeños hijos.

Fouché actuó, pues, sin respetar leyes ni voluntades, sólo mirando su obsesión por manejar los hilos de la historia. Cambió de bando siempre que veía que el suyo se debilitaba. Fue partidario de la Convención, del 18 Brumario y en nombre de los jacobinos asesinó en Lyon a centenares. Votó a favor de la muerte del rey y de la reina, y después dio su voto para la muerte de Robespierre. El Directorio lo nombró Ministro de la Policía y supo conservar ese puesto con Napoleón. Cuando el emperador abdicó, supo arrimarse a la monarquía que había combatido y Luis XVIII lo mantuvo cerca de sí. Tuvo muchos enemigos, por supuesto, que lo veían como un traidor, pero él sabía salir a flote de todas las intrigas en su contra. Personaje como pocos ha habido. Admirable el retrato que hace Zweig de él, como si hubiera sido contemporáneo de los hechos que relata.

Zaragoza, septiembre 2019

 

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