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FRANCIS OF ASSISI. The Life and Afterlife of a Medieval Saint

André Vauchez

New Haven & London, Yale University Press UK, 2012, 398 p.

Esta magnífica biografía de San Francisco de Asís (original en francés, traducida al inglés por Michael F. Cusato) sitúa a este santo grande y original en la época de transición medieval que le tocó vivir, entre fines del siglo XII y comienzos del siglo XIII. De él se tienen imágenes estereotipadas: que predicaba a los animales, que veía a Dios en todo ser viviente y en la naturaleza, que sufrió los estigmas de la Pasión. Poco más. Vauchez nos introduce en una vida variada y controversial de un laico de gran influencia en la religiosidad de su tiempo, admirado por las papas, pero que desfiguraron su espiritualidad y convirtieron la fraternidad que él fundó en una orden religiosa.

Nacido en Asís en 1182 u 83 de Pietro di Bernardone y su esposa Giovanna, que tenían buena posición económica como comerciantes de telas, llevó de joven una vida disipada e impetuosa, propia de quien quería distinguirse en las armas. Fue hecho prisionero en Perugia y sufrió en la cárcel diversas enfermedades durante un año. A los 22 o 23 años comienza el proceso de su conversión que fue radical y que le enfrentó a su familia. Se sintió transformado al abrazar a un leproso. Renunció a sus bienes y a su herencia en presencia del obispo de Asís y comienza una vida itinerante y desprovista de todo apoyo material para imitar a Jesucristo, que no tenía dónde reclinar la cabeza. Comienza una predicación carismática rodeado de un grupo de varios penitentes como él; es la fraternidad, como la llamó siempre, y que no quiso convertir en orden religiosa al estilo monacal o predicador. Los doce son recibidos por el papa Inocencio III que aprueba oralmente su estilo de vida.

Más adelante adoptan su espiritualidad Clara y un grupo de mujeres nobles de Asís. La fraternidad de seguidores de Francisco es tan grande que en poco tiempo suman centenares y luego miles, se van extendiendo por el norte de Italia y pasan a Francia y al norte de los Alpes. Todos sienten que Francisco tiene un carisma extraordinario y ya empiezan a llamarle “segundo Cristo”, algo que rechaza fuertemente el de Asís. En junio de 1219 Francisco parte para Egipto y en Damietta visita las tropas cristianas de la quinta cruzada, pero no se junta al asedio de la ciudad, sino que pide ser recibido y se encuentra con el sultán al-Malik al-Kamil, que admira su entereza, aunque discrepa de él en su forma de entender a Dios.

Vuelve a Italia y en Viterbo encuentra al papa y al cardenal Hugolino, gran admirador de Francisco y futuro pontífice, que le obligan a establecer la fraternidad de los Frailes Menores como orden religiosa. Escribe una nueva regla, que el papa Honorio III aprueba y promulga. A partir de 1224 las enfermedades le acosan. Comienza a escribir el Cántico del Hermano Sol. La Santa Sede autoriza a los Hermanos Menores a rezar el Oficio y a celebrar misa si son sacerdotes en sus iglesias o en altares portables.

En 1226 dicta su testamento en Siena y los versos finales del Cántico. Muere en La Porciúncula la noche del 3 al 4 de octubre. El cardenal Hugolino, hecho papa con el nombre de Gregorio IX, lo canoniza en julio de 1228.

“A modo de conclusión, es importante definir la novedad fundamental de Francisco a los ojos de sus contemporáneos, así como lo que todavía puede significar en nuestro tiempo. Todo el que le conoció estaba convencido de que era un santo; el extraordinario número de biografías y obras a él dedicadas en la Edad Media no deja duda al respecto. Los autores de esas obras enfatizan las características excepcionales del Pobre Hombre de Asís: por supuesto sus estigmas, pero también una forma de vivir y un mensaje original que tienen dificultad en definir con precisión. En su primera biografía Thomas de Celano caracteriza a Francisco como “un hombre verdaderamente nuevo y de otro tiempo”. Pero también habla de él como “un nuevo evangelista” o “un nuevo apóstol”. En otra obra se le presenta como “un segundo Cristo”.

La Edad Media honraba la tradición y la costumbre. Los clérigos del siglo XIII desconfiaban de las innovaciones, viéndolas como intentos peligrosos, que cuestionaban, e incluso subvertían, el orden establecido. Pero para los hagiógrafos medievales Francisco merecía honores porque conectaba con la perfección de los inicios: él dio un nuevo impulso al movimiento que Cristo y sus apóstoles iniciaron, reproduciéndolo en su propia vida con un profundo dinamismo. La ruptura con la familia siendo ya adulto, una existencia de vagabundo, el rechazo de toda revolución política y social, un interés particular por “las ovejas perdidas de Israel” y los marginados, radicalización de los requerimientos morales que emanan de la fe en Dios en detrimento de las prescripciones rituales, y un énfasis escatológico en la predicación: todos estos fueron los trazos de la vida del Pobre Hombre de Asís. Por eso entendemos que sus biógrafos, comenzando por san Buenaventura, no dudan en enfatizar su conformidad con el Hijo de Dios.

Cuando algunos biógrafos le califican como “un segundo Cristo” hay que decir que Francisco nunca reclamó la identificación con la persona de Cristo, cuyas huellas simplemente intentó seguir en este mundo. Los contemporáneos de Francisco fueron sacudidos por la profunda originalidad de su experiencia religiosa. Algunos hablan de él como profeta de su época, alguno le califica de nuevo Adán. Ser profeta en esos tiempos era tener clarividencia, es decir, leer la mente de sus oyentes o discernir las realidades disfrazadas. También significaba la habilidad para predecir el futuro, especialmente el de aquellas personas con las que el santo entraba en contacto. Así por ejemplo le predijo al cardenal Hugolino que llegaría a ser papa, y al caballero Celano, en cuya casa se hospedaba, que moriría pronto.

Francisco constituyó con su manera de actuar una crítica profética a la Iglesia del siglo XIII. La Iglesia se parecía a los ricos que denuncia Jesús en el evangelio: se había aliado con la clase dirigente, convirtiéndose así en soporte y garantía del orden establecido, del cual se beneficiaba. Francisco por el contrario afirmaba el valor fundamental de la pobreza y la humildad, entendida no como una forma de ascetismo, sino como símbolo de rechazo de la arrogancia feudal y de su ansia de un nuevo mundo urbano y burgués, que estaba siendo dado a luz en ese momento. En ese sentido el mensaje del Poverello era profundamente subversivo, ya que cuestionaba la idea de Cristiandad como reino de Dios en la tierra, al que le están sometidos los poderes temporales, cristiandad que los papas ambicionaban. Francisco y sus compañeros realizaron en alto grado la aspiración a la pobreza voluntaria que inspiró a la mayoría de los movimientos religiosos del siglo XIII. Su forma de vida correspondía a las esperanzas de los hombres y mujeres que consideraban posible vivir el evangelio siendo fieles a la Iglesia. A diferencia del clero secular y regular los Frailes Menores no querían para ellos posiciones de poder y se mantenían fuera del sistema feudal y señorial, lo que explica que las autoridades comunales los vieran con buenos ojos e incluso les ayudaran a establecerse en sus ciudades. Francisco favoreció así una nueva manera de entender la realidad económica, centrada en el rechazo del acaparamiento de riquezas y en la necesidad de hacer que circule la riqueza. Este enfoque condujo a los Frailes Menores a elaborar hacia finales del siglo XIII una doctrina del intercambio y de la ayuda al crédito que superara la oposición entre cultura eclesiástica y cultura mercantil acerca del préstamo y los intereses a bajo precio. Esto ayudó a crear el Monte de Piedad en el siglo XV en orden a salvar a los pobres del poder de los usureros.

En otro terreno, el Pobre Hombre de Asís, que carecía de cultura eclesiástica y de entrenamiento universitario, se halló fuera de foco frente a la fuerte tendencia dominante en la Iglesia hacia la clericalización y judicialización de la vida religiosa y esto le obligó a transformar su fraternidad en una orden religiosa sujeta a las mismas reglas que las otras. El papado le impuso a Francisco la tonsura y luego el diaconado, lo cual fue conduciendo a la eliminación del carácter laico de la fraternidad y su parecido con la orden de los dominicos. En adelante, al vivir en conventos, al dedicar mucho tiempo a los estudios y a la actividad pastoral, sin apenas dejar tiempo para el trabajo manual, los Frailes Menores se apartaron de los pobres. Seguramente no pudieron resistir a esa tendencia universal en la Iglesia, contra las recomendaciones del Pobre Hombre en su Testamento.

Pienso que las tendencias históricas a favorecer el conocimiento, tanto eclesiástico como civil, fueron indetenibles desde entonces y eso apartó a los Frailes Menores de las intenciones del fundador. Si san Francisco hubiera vivido más tiempo habría aceptado esos cambios con humildad, virtud predominante en su corta vida. El seguimiento de Jesús en total pobreza y desprendimiento de toda previsión ya no era posible ni aconsejable, ni tampoco indispensable. Nos queda la admiración por esa figura medieval que llevó hasta el extremo el seguimiento de Jesús tal como lo entendió, que fue literalmente.

Diciembre 2019

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