EL PINTOR DE ALMAS
Ildefonso Falcones
Barcelona, Penguin Random House Mondadori, 2019, 684 p.
Barcelona 1901. El anarquismo ha crecido fuerte y a él se adhieren muchos jóvenes idealistas de clase humilde. Los burgueses y la Iglesia son los enemigos y hay que acabar con ellos. Convocan a una huelga para mejorar las pésimas condiciones de explotación en los trabajos, pero se impone el ejército represor. El anarquismo pierde fuerza por su terrorismo y le sustituye el Partido Republicano, que logra gran arraigo en la clase popular.
Hay varios hilos narrativos que confluyen en dos protagonistas principales: Dalmau Sala y Emma Tàsies. La familia de Dalmau Sala perdió al padre anarquista, condenado a muerte por lanzar una bomba en una procesión religiosa, y su hermana Montserrat es fanática, y en un enfrentamiento con el ejército sufre la muerte. Dalmau no es fanático como su hermana, su mundo es la pintura, porque él tiene unas condiciones excepcionales para el dibujo. Trabaja en una fábrica de azulejos, propiedad de don Manuel Bello, un católico practicante, que pasa por alto el ateísmo de su querido Dalmau y lo trata como a un hijo. Dalmau dibuja a las personas con tal penetración de su carácter que por eso lo llaman “pintor de almas”. Emma, muy amiga de Montserrat, es la novia de Dalmau. Se siente culpable de la muerte de su amiga, porque cree que pudo evitarla. Rompe con su novio Dalmau, porque aparece desnuda en unos dibujos de él que venden en lupanares. Dalmau no sabe quién se los robó de su estudio, pero han sido unos niños de la calle a los que él socorre y se los roban para sacar dinero. Trinxeraires, los llama él, es decir, granujas, pillos, pequeños pordioseros.
Falcones va narrando cómo Dalmau se dedica a la bebida en desesperación por la pérdida de Emma, y cómo ésta se hace novia de un albañil basto, pero noble, y queda embarazada. Los ambientes que describe Falcones y en los que se desarrolla la vida de sus personajes
son muy duros. Los hombres son siempre lascivos y violentos, las mujeres republicanas, atrevidas y exigentes; las jóvenes, voluptuosas e incitantes. La Iglesia está con los ricos, a los que convence de que la pobreza hace más sumisos a los pobres. Esta es su descripción: “La Iglesia no era más que una máquina inmensamente rica y poderosa que jugaba igual que don Manuel, controlando a las personas, exigiéndoles obediencia, imponiéndoles su moral arcaica y sus preceptos, horadando sus conciencias con el pecado para amenazarlas con el fuego eterno, robándoles su libertad personal e individual”. (p. 517)
Las escenas de sexo explícito abundan en la primera parte, hasta que Dalmau cae en la droga de la morfina y se convierte en una piltrafa. Falcones es muy hábil con los diálogos violentos, los golpes, la picardía de los trinxeraires, que salvan la vida a Dalmau, especialmente Maravillas, una niña que le admira pero que también le traiciona después. El lector asiste a esas escenas, las vive, desea un final benévolo que tarda en llegar o no llega en absoluto.
Josefa, la madre de Dalmau, malvive en un estrecho tugurio cosiendo puños y cuellos de camisas con una máquina de coser. Su hijo le roba y la golpea para robarle lo poco tiene, la morfina está por encima de todo. Cuando Dalmau se recupera a la fuerza de la drogadicción, su madre le perdona y quiere que vuelva a pintar, pero Dalmau no puede, no está inspirado. Vuelve a pintar para La Casa del Pueblo, bastión republicano, pero sus cuadros son de quemas de iglesias y de conventos, como reacción a la persecución despiadada que le monta Manuel Bello, su antiguo protector, quien sospecha que fue Dalmau el que robó un relicario de gran valor de su propia casa.
La guerra del RIF contra los bereberes de Marruecos a partir de 1909 desata las iras de los pobres y obreros de Barcelona, porque les obligan a alistarse. La revuelta es grande con la quema del colegio de los maristas y el de los escolapios. Es el comienzo de la semana trágica. “Ardieron 80 edificios religiosos, entre ellos 33 escuelas, 14 iglesias y 30 conventos. Barcelona entera llegó a convertirse en una tea ardiente”. (p. 613)
El autor muestra mucho conocimiento del modernismo arquitectónico, con Domẻnech y Gaudí como máximos exponentes, y de la cocina catalana. Una gran novela de contrastes, de tensión, de historia trágica, de lucha obrera contra la burguesía y los ricos. La Iglesia no sale bien parada, ni tampoco las convicciones religiosas, que son siempre acusadas de ser el instrumento de conformismo, que impide a los
pobres luchar contra su situación. Una versión moderno del pensamiento de Marx: “la religión es el opio del pueblo”.
La dedicatoria de esta novela de Falcones, que tal vez sea la última que pueda escribir, es impactante: “Este libro lo inicié gozando de salud y, a consecuencia de una grave enfermedad, he puesto su punto final tecleando con mil alfileres, clavados en las yemas de mis dedos. Quiero dedicárselo a todos aquellos que luchan contra el cáncer, y también a quienes nos ayudan, nos animan, nos acompañan, sufren con nosotros y, en ocasiones, tienen que soportar nuestra desesperación. Gracias”
Febrero 2021.