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LE DEDICO MI SILENCIO

Mario Vargas Llosa

Barcelona, Penguin Random House Grupo Editorial, 2023, 221 p.

“La historia de un hombre que soñó un país unido por la música y enloqueció queriendo escribir un libro perfecto que lo contara”. Ese es el resumen que la editorial ofrece al lector: “Toño Azpilcueta decide investigar más sobre Molfino, viajar a su lugar de origen, conocer a este personaje esquivo, saber de su historia, de su familia y amores, de cómo llegó a convertirse en un guitarrista tan excelso. Y se propone también escribir un libro donde contar la historia de la música criolla y desarrollar esa idea que ha inoculado en su mente el descubrimiento de este músico extraordinario. La ficción y el ensayo se entremezclan así, de forma magistral, en esta novela en la que el premio nobel peruano vuelve sobre un tema que le obsesiona desde hace años: las utopías. Eso es lo que persigue Toño Azpilcueta en última instancia: la utopía de generar, a través del arte, una idea de país.”

Mario Vargas Llosa nació en Arequipa (Perú) en 1936. Ha vivido en varios países y adquirió la nacionalidad española, donde ha escrito esta novela, que él califica de última: “Terminé de escribir el borrador de esta novela, en Madrid, el 27 de abril de 2022. Comencé a corregirla en mayo y desde entonces he seguido estos meses (mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre), haciéndole pequeños cambios. Espero con impaciencia el viaje al Perú para visitar Chiclayo y Puerto Eten, con lo que, creo, acabaré esta versión. En efecto, el viaje al norte del Perú me ha servido mucho de ayuda. Creo que he finalizado ya esta novela. Ahora, me gustaría escribir un ensayo sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Será lo último que escribiré.”

Vargas Llosa quiere dejarle a su país de origen una herencia literaria que resalta la gran importancia de la música para eliminar barreras y diferencias de todas clases: raciales, culturales, de riqueza, de religión, de lenguaje, de historia. Escribe a propósito de ese papel que va a cumplir la música:

“¿Podía la música criolla imprimir ese rumbo histórico? ¿Hacer del Perú, de nuevo, como en el pasado, un país importante, productor de riquezas y de ideas, de historias y de músicas que llegaran a todo el resto del continente, que traspasaran los mares, que leyeran, cantaran y bailaran hombres y mujeres de todo el mundo? ¿Por qué no? El tango lo había conseguido, con Gardel y tantos músicos que ahora son famosos. Si el Perú abandonara su mentalidad de pura supervivencia y se convirtiera en una nación próspera gracias a su música, acaso iría cambiando también su situación dentro del panorama mundial, logrando infiltrarse dentro de ese grupito de países donde todo se decide, la paz y la guerra, las grandes catástrofes o las alegrías que de tanto en tanto vienen a hacer feliz a la gente. Es seguro que yo no lo veré, pero la vida y obra de Lalo Molfino, acompañada de las ideas que aquí han sido consignadas, contribuirán a que así sea. Como los Siete ensayos de Mariátegui, o la poesía de César Vallejo, o las tradiciones de Ricardo Palma, este libro que sujetas, lector, en tus manos de peruano amigo, será el punto de arranque de una verdadera revolución que sacará a nuestra patria de su pobreza y su tristeza y la convertirá de nuevo en un país pujante, creativo y verdaderamente igualitario, sin las enormes diferencias que hoy día lo agobian y hunden. Que así sea.” (p. 168)

El lenguaje es para Vargas Llosa un foco de interés muy grande y extenso, y atribuye a España el mérito de haber unificado Hispano-américa, dividida en más de 1.500 idiomas, jergas, dialectos diferentes. Dice que “huachafa” y “huachafería”, que se utilizan con varios significados también en Colombia y Venezuela, reflejan muy bien lo que es el carácter peruano:

“La huachafería es una visión del mundo a la vez que una estética, una manera de sentir, pensar, gozar, expresarse y juzgar a los demás.” No es simplemente cursilería. “La cursilería es la distorsión del gusto. Una persona es cursi cuando imita algo —el refinamiento, la elegancia— que no logra alcanzar y, en su empeño, rebaja y caricaturiza los modelos estéticos.” (p. 143)

“El vals criollo es la expresión por excelencia de la huachafería en el ámbito musical, a tal extremo que se puede establecer una ley sin

excepciones: para ser bueno, un vals criollo debe ser huachafo. Todos nuestros compositores (de Felipe Pinglo Alva a Chabuca Granda) lo intuyeron así y en las letras de sus canciones, a menudo esotéricas desde el punto de vista intelectual, desarrollaron imágenes de inflamado color, sentimentalismo iridiscente, malicia erótica y otros formidables excesos retóricos que contrastaban casi siempre con la indigencia de ideas.” (p. 144)

“He aquí algunas muestras de huachafería de alta alcurnia: retar a duelo, la afición taurina, tener casa en Miami, el uso de la partícula «de» o la conjunción «y» en el apellido, los anglicismos y creerse blanco. De clase media: ver telenovelas y reproducirlas en la vida real, llevar tallarines en ollas familiares a las playas los días domingos y comérselos entre ola y ola; decir «pienso de que» y meter diminutivos hasta en la sopa («¿Te tomas un champancito, hermanito?») y tratar de «cholo» (en sentido peyorativo o no) al prójimo. Y proletarias: usar brillantina, mascar chicle, fumar marihuana, bailar el rock and roll y ser racista.” (p. 146)

Y es muy interesante lo que dice sobre la fe religiosa, todo ello por supuesto a través de su alias Toño Azpilcueta:

“Se preguntará el lector si el autor de estas páginas es católico, y como respuesta tendré que hacer una confesión. A pesar de que algunos días en que pienso en la muerte y en las ratas que vendrán a devorar mi cadáver me empavorezco y rezo y creo en la religión en la que me instruyeron los hermanos del colegio de La Salle, muchas veces me digo que aquellas historias de la Biblia han sido concebidas para gentes incultas y que las personas leídas no pueden creerlas ciegamente. ¿En qué creo? A ratos sí y a ratos no, en Cristo y en la Virgen María, en la pasión y muerte de Cristo, aunque ahora tengo muchas dudas al respecto. No me convence para nada la forma en que la Iglesia católica ha ido creciendo y expandiéndose por el mundo, con mil y una prohibiciones.” (p. 155)

Otros temas de interés cuenta el autor, entremezclados en la trama: la historia de Lalo Molfino, el mejor guitarrista que él conoció, que fue rescatado de la muerte, recién nacido, en un basurero por el P. Molfino, un cura italiano de Puerto Eten, que lo crio y le dio su apellido. Pero Lalo era tan introvertido que no trataba con nadie, sólo con su guitarra, que él también rescató del basurero. Sólo se enamoró de adolescente de una muchacha, pero no pasaron de caminar las manos juntas y darse un beso en la mejilla. Murió con veintipocos años cansado de esta vida.

La portada de la novela parece un cuadro de Botero: músicos inflados de gordura y todos tocados con sombrero. “Le dedico este silencio” es un título que despierta interrogantes. ¿A quién se lo dedica? ¿Por qué? Tal vez es al lector, avisándole que ya no va a escribir más y reconociéndole su gran interés por lo mucho que ha escrito. Ha ganado toda clase de premios y con razón, porque su prosa es fluida, relampagueante a veces, tormentosa, pero también acariciadora. Mario Vargas Llosa sabe que le queda poco tiempo de vida (es unos meses mayor que el papa Francisco). Él mismo tiene dudas sobre el alma: si existe, si perdura después de la muerte. Dios le sacará de esas dudas, tal vez todavía en esta vida si rogamos por él.

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